Hace casi un año, una amiga me invitó a irme con ella a París. Cuando digo «me invitó» quiero decir precisamente eso, que me invitó. Estoy muy agradecida por ello. Fue un gran viaje, más por lo humano que por otra cosa. París en sí tampoco me pareció tan impresionante. Las grandes ciudades son despiadadas y duras, en general, pero tampoco hace falta que se note desde el primer momento.
No he realizado aún la obra que le prometí a mi amiga a cambio de su generosidad. Sin embargo, he terminado este cuadro. El primero de 2013. El suelo lo encontré en un portal de camino a un mirador desde el que se veía la Torre Eiffel (uno de los monumentos que más me fascinan de este mundo). En la Rue Piat, 30.